Mi vida sin mí: un equilibrado carpe diem.
Hoy quería escribir sobre “Mi vida sin mí” (2003), película dirigida por Isabel Coixet (también autora del guion) y protagonizada por Sarah Polley y un elenco de actores secundarios tales como el versátil Mark Ruffalo (capaz tanto de triunfar en el cine independiente como de encarnar a “Hulk” en películas de superhéroes), Scott Speedman, Leonor Watling o Deborah Harry (la vocalista de la popular banda de rock “Blondie”). Esta película es probablemente mi preferida dentro de la extensa filmografía de Coixet porque consigue hacernos reflexionar sobre la brevedad de la vida y nuestra tendencia a vivirla como
si fuéramos un hámster corriendo en su rueda. No obstante, lo hace sin caer en tópicos ni ser un “dramón”, a pesar de que la historia se presta a ello y la mayoría de directores se habrían decantado por la lágrima fácil. Además de este enfoque sereno, probablemente el otro gran activo de la película es la magnífica actuación de Sarah Polley, una actriz capaz de resultar a la vez cotidiana y excepcional, lo que la hace casar perfectamente con el universo de Coixet, que otorga carácter poético a escenas mundanas, tales como hacer la colada en la típica lavandería americana o ir al supermercado y leer si nuestros cereales preferidos llevan demasiados aditivos, aun sabiendo que, resignados, acabaremos comprándolos.
La historia es sencilla. Ann (Sarah Polley) es una mujer de 23 años que lleva una vida anodina, que no infeliz. Tiene dos hijas con su marido, un hombre guapo y cariñoso con ella y las niñas, pero que pasa más tiempo en paro que trabajando. Ella trabaja como limpiadora nocturna en una universidad a la que nunca podrá asistir durante el día y vive en una caravana en el jardín de su madre en las afueras de Vancouver. Su madre odia al mundo y Ann lleva
10 años sin ver a su padre, desde que este ingresó en prisión. Esta existencia gris cambia radicalmente tras un reconocimiento médico: Ann tiene cáncer en ambos ovarios y metástasis en los pulmones y el corazón. El médico, que se sienta al lado de ella en la sala de espera en vez de hacerlo, frente a frente, en su consulta (nunca ha sido capaz de decirle a un paciente a la cara que va a morir) le explica que le quedan 2 o 3 meses de vida, a lo sumo.
Ann, tras encajar la noticia, toma dos decisiones. La primera, guardar su enfermedad en secreto e ir solo al hospital a recoger anestésicos: no piensa malgastar lo poco que le queda de vida en pruebas y tratamientos que no van a servir para nada. La segunda, elaborar una lista de las cosas que quiere hacer antes de morir. La lista combina deseos personales (debido a quedarse embarazada con 17 años no tuvo la oportunidad de vivir las experiencias de la mayoría de adolescentes) con acciones para preparar la vida de sus seres queridos una vez que ella no esté para cuidar de ellos. En cuanto a los primeros, Ann quiere tener sexo con
otros hombres “para ver que se siente” y conseguir que alguien se enamore de ella. Esto lo experimentará con Lee (Mark Ruffalo), un tipo solitario que vive en un apartamento sin muebles porque, como pronto adivina Ann, la mujer que se los llevó podría volver algún día. Pero también se trata de un hombre que ha vivido y trabajado en medio mundo y conocido lugares asombrosos que sueña con enseñar a Ann algún día, sin saber que no tendrá tiempo para hacerlo: está completamente loco por ella, tanto como para encontrarle trabajo al marido de Ann, con tal de no perderla. Pero este romance, que Coixet acierta en mostrarnos como el último deseo de una moribunda, no significa que Ann no quiera a su marido, Don (Scott Speedman). Todo lo contrario, en la lista hay otro objetivo igual de importante: buscar una nueva mujer para Don, que sea buena con él y cariñosa con las niñas (es decir, una nueva madre que acabará siendo más importante para ellas que la propia Ann). Para ello entrará en escena la nueva vecina, también llamada Ann (Leonor Watling), una mujer bondadosa, enfermera de profesión, y a la que le encantan los niños. Y otra serie de cosas, tales como grabar cintas de audio para los cumpleaños de sus hijas hasta que tengan 18 años, ir a visitar a su padre (Alfred Molina) a la cárcel o convencer a su madre (Deborah Harry) que odie menos al mundo y que, por qué no, salga de vez en cuando y tenga citas con otros hombres. En definitiva, Ann quiere dejar preparada, en la medida de lo posible, la vida que se suponía
le correspondía vivir a ella: de ahí el título “Mi vida sin mí”.
Por lo tanto, la película nos manda dos mensajes, a mi modo de ver. El primero, que Ann, paradójicamente, descubre un inusual placer de vivir a partir del día en el que le comunican lo poco de vida que le resta (magnifica la primera escena de la película, con Ann empapada bajo la lluvia, gozando de una sensación de liberación que la mayoría olvidamos cuando dejamos de ser niños). Por tanto, es un aviso para muchos de nosotros que, actuando como si la vida fuera eterna, posponemos muchos pequeños y grandes placeres porque la prioridad es el día a día. El segundo mensaje llega a través de la firme determinación de Ann de evitar el caos que podría ocurrir en el mundo que la rodea cuando ella salga de él. No estamos solos y las huellas de nuestros actos perdurarán más que nuestras propias vidas, ya sea en nuestras familias o en la sociedad en su conjunto. Como escribió el poeta inglés John Donne, “Ningún hombre es una isla”.
Tráiler (doblada al castellano)
Disponible en Filmin
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