The reader: Kate Winslet, la vergüenza y la banalidad del mal.

Hoy quería escribir sobre “The Reader” (2008), película basada en la novela homónima de Bernhard Schlink y protagonizada por los extraordinarios Kate Winslet (cuya soberbia interpretación le valió el Óscar), Ralph Fiennes y David Kross. La película trata sobre el Holocausto judío y, concretamente, sobre los diversos juicios llevados a cabo tras la guerra para condenar a los dirigentes nazis y sus colabores (sobre los más famosos de todos ellos, los Juicios de Núremberg, recomiendo encarecidamente la estremecedora “¿Vencedores o vencidos?” (1961)).

Para entender completamente “The Reader” creo que es necesario conocer primero el concepto “la banalidad del mal”, término acuñado por Hannah Arendt, filósofa y politóloga alemana de origen judío, en su libro “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal”. El libro analiza la personalidad de Adolf Eichmann, oficial nazi y uno de los principales organizadores del Holocausto, que fue juzgado y condenado a muerte en 1962 en Israel por genocidio contra el pueblo judío y crímenes contra la humanidad. Según la controvertida y fascinante tesis de Arendt, Eichmann no era un “monstruo” o un “sociópata”, ni tan siquiera un antisemita. Arendt sostenía que Eichmann era un simple burócrata que cumplía las órdenes de sus superiores sin reflexionar sobre sus consecuencias, y que actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional. Arendt calificó a este tipo de comportamiento “la banalidad del mal”. Yo siempre he suscrito la tesis de Arent por pura estadística: existe un amplio consenso entre psicólogos y psiquiatras sobre el hecho de la que la sociopatía es una característica predeterminada genéticamente y que se da en una proporción ínfima de la población humana. Probablemente Hitler era un sociópata pero ¿y los cientos de miles de alemanes que obedecieron sus órdenes, de forma directa o indirecta? El Holocausto fue llevado a cabo durante más de cinco años, de forma fría y sistemática, como si se tratara de una aberrante producción en masa, mediante estructuras burocráticas y
jerárquicas y en un país desarrollado dotado de las tecnologías necesarias para ello. Es decir, no fue un pogromo ni el genocidio de Ruanda, donde los Hutus intentaron exterminar a los Tutsis a base de machetazos en un país caótico y embrutecido por la pobreza. Además, el brillante y también controvertido experimento de Milgram (véase la película “Experimenter: The Stanley Milgram Story” (2015)) corroboró la tesis de Arendt sobre la obediencia a la
autoridad: hay muchos potenciales “Eichmanns” entre nosotros.

La trama de la película comienza en 1958, en una pequeña ciudad alemana, donde Michael (David Kross) tiene un inesperado y apasionado idilio con Hanna (Kate Winslet), una mujer de 35 años que trabaja como taquillera en el tranvía local. Se trata de una relación simbiótica pero peculiar. Michael, locamente enamorado de Hanna, descubre el sexo con ella. Hanna, a cambio, solo le pide una cosa: que le lea, en voz alta, los libros que estudia en la escuela, ya sea la Odisea de Homero, La dama del perrito de Chéjov o cualquier otra obra. Pero, tras unos meses de apasionado romance, Hanna desaparece inesperadamente.

 

Ocho años después, Michael, convertido en un prometedor estudiante de derecho, asiste como observador a un juicio a unas antiguas agentes de las SS acusadas de haber dejado morir a 300 mujeres judías, prisioneras en un campo de concentración, durante el incendio de la iglesia en la que estaban encerradas para pasar la noche. Atónito, Michael descubre que Hanna es una de las acusadas: fue, durante años, carcelera en un campo de concentración.
Durante el juicio, una madre y su hija, las únicas reclusas que lograron sobrevivir al incendio, señalan a todas las imputadas como culpables y también las acusan de haber participado en la selección regular de prisioneras que tenían que ser enviadas a las cámaras de gas. También indican que Hanna, en el campo de concentración, tenía ciertas reclusas “preferidas”, generalmente débiles o enfermas, a las que daba un trato predilecto a cambio de que le leyeran
en alto obras literarias. Parecía mejor persona que el resto de las carceleras, pero cuando llegaba el momento las mandaba a las cámaras de gas sin reparos. Mientras que Hanna admite su responsabilidad, alegando que simplemente obedecía las órdenes de sus superiores, como en cualquiera de los trabajos que había desempeñado en su vida, el resto de las imputadas declaran que era Hanna la que ostentaba el mando y la responsabilidad de estos actos, dado
que fue la autora del informe que todas ellas firmaron tras el incendio de la iglesia. Aunque Hanna defiende que su responsabilidad es igual que la de las demás, cuando el juez le pide una muestra de su letra para compararla con la del informe, rehúsa hacerlo y se declara autora del mismo. Hanna guarda un secreto que la avergüenza aún más que el asesinato.

Aquí he de parar el resumen de una trama que continúa durante varias décadas. Michael, extraordinariamente interpretado por Ralph Fiennes y su mirada melancólica, nunca volverá a será el mismo, convirtiéndose en un hombre cerrado e introvertido que fracasará en sus relaciones amorosas y familiares. Quedará marcado de por vida por el recuerdo de una mujer que no sabe si amar o detestar.

En mi opinión, la película nos imparte dos importantes lecciones. Una, que la sociedad occidental, basada en democracias asentadas, pluralismo político y leyes garantistas que salvaguardan nuestros derechos individuales, nos hace creernos moralmente superiores al resto de países y culturas, pero en realidad no somos inherentemente mejores o peores que ellos. Simplemente somos unos afortunados: es difícil predecir como actuaríamos en otros contextos en los que tuviéramos que decidir entre actuar según nuestros principios, arriesgando nuestro trabajo o nuestra familia, o ceñirnos estrictamente a obedecer órdenes. Presentar a la Alemania nazi como un régimen dictatorial en manos de unos cuantos sociópatas se hizo con un claro propósito: pasar página cuanto antes para poder reconstruir la sociedad, porque no se podía llevar a la cárcel a la tercera parte de la población, desde jueces hasta contables. La otra lección es sencilla: el fuerte poder autodestructivo del orgullo y la vergüenza. La naturaleza humana es extremadamente frágil en estas y otras muchas dimensiones.

Tráiler (subtítulos en castellano)

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