La cinta blanca: un perturbador relato sobre la represión, la culpa y el castigo.

A veces, que una película llegue al gran público o que solo alcance un círculo más reducido de críticos cinematográficos y aficionados al cine de autor –llámense también gafapastas- es una cuestión de azar, como ocurrió con la cinta a la que hoy dedicamos esta entrada: “La cinta blanca” (2009), la obra maestra del director austriaco Michael Haneke (también autor de su guion). En concreto, la “mala suerte” que acompañó a esta película, si bien cosechó numerosos y prestigiosos premios tales como la Palma de Oro en el Festival de Cannes, el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa, el Gran Premio Fipresci1 o tres galardones en los Premios del Cine Europeo2, fue ser estrenada el mismo año que “El secreto de sus ojos”. En concreto, ambas fueron nominadas al Óscar a la mejor película de habla no inglesa, y a la postre esta última se hizo con el galardón, que es la mejor promoción posible para una película a escala mundial. Sin desmerecer a “El secreto de sus ojos” –véase mi reseña sobre ella en este blog– mi sospecha es que los miembros de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas se decantaron por una película de corte más comercial, a pesar de los enormes elogios por parte de la crítica que recibió “La cinta blanca” (por ejemplo, aunque no soy un gran aficionado a los rankings, la película quedó en el puesto 18 de la lista de las 100 mejores películas del siglo XXI elaborada por la BBC en 2016).

La trama se sitúa en un pueblo protestante en el norte de Alemania, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, que se caracteriza por la represión económica y religiosa. El barón, propietario de las tierras, somete a los campesinos gracias a su riqueza, que a su vez suelen tratar con violencia a sus hijos. Lo mismo hace el párroco de la aldea con los suyos, a lo que educa con rigor extremo, justificando sus actos por la búsqueda de la virtud y la inocencia, simbolizada por la cinta blanca que obliga a llevar a sus hijos (de ahí, obviamente, el título de la película3). Finalmente, el médico, viudo, tiene una turbia relación con su hija adolescente y con la comadrona del lugar, que también pretende ilustrar la ambigüedad moral y la hipocresía de la Alemania de principios del siglo XX. Dentro de este microcosmos de brutalidad, odio y humillaciones continuas la única figura que emerge como racional y mesurada es la del joven maestro de la escuela –el que narra la historia de manera retrospectiva- y que tiene por tanto contacto estrecho con los niños y adolescentes del pueblo, los verdaderos protagonistas de la historia (por algo el inquietante subtítulo de la película es “Un cuento alemán para niños”). En este contexto de miseria, rigideces y rabia contenida empiezan a ocurrir misteriosas fatalidades que, poco a poco, parecen adquirir la naturaleza de castigos rituales, cada vez más atroces y crueles, sin que la policía consiga encontrar a sus autores.

En palabras del propio Haneke, “La cinta blanca trata sobre los orígenes del mal y el terror, ya sea de naturaleza religiosa o política”. Sin lugar a dudas, es una perturbadora crítica social que advierte de los peligros tanto del fanatismo religioso –representado por el bergmaniano pastor4 de la aldea, que inculca a sus hijos las ideas de la culpa y el castigo, en vez de hacerlo en aspectos positivos del cristianismo como el amor y el perdón- como de la desigualdad económica –simbolizada por el barón y su poder, con el que oprime a los campesinos. Todo esto sería el perfecto caldo de cultivo en el que se gestarían las dos guerras mundiales y el ascenso del nazismo. Para transmitir estas ideas el director se valió de un formidable elenco de actores –entre los que destacan esos siniestros niños arios, que fueron seleccionados entre 7.000 candidatos que se presentaron a un casting que duró 6 meses-, de una impactante fotografía en blanco y negro para acentuar la crudeza de la historia y de hermosos paisajes naturales, que se contraponen a una sociedad podrida y autodestructiva. Además, como el cine es el arte del contraste, Haneke introdujo con habilidad una dulce historia de amor entre el narrador, el maestro de la escuela, y la niñera de los hijos de la baronesa, una joven inocente y pura (atributos inherentes a su persona, no logrados mediante los golpes de la vara del pastor luterano) probablemente para recalcar lo sombrío del relato. Se trata, por tanto, de una película fascinante, a mi juicio la mejor del director con diferencia. Que no obtuviera el Óscar a la mejor película extranjera y que sí lo hiciera otra de sus obras –“Amor” (2012)- pudo ser, como tantas cosas en esta vida, producto del azar.

Tráiler (v.o. en castellano)

Disponible en Filmin y Amazon Prime Video.

  1. Fipresci (en francés: Fédération Internationale de la Presse Cinématographique) es la asociación internacional de críticos de cine y periodistas cinematográficos. El Gran Premio Fipresci, el premio más importante concedido por la organización, se entrega anualmente durante el Festival de Cine de San Sebastián.
  2. Premios otorgados por la Academia de Cine Europeo para reconocer la excelencia en las producciones cinematográficas. Son los premios paneuropeos más prestigiosos.
  3. Resulta escalofriante la escena en la que el pastor dice, tras una mera falta de disciplina de sus hijos: “De pequeños, vuestra madre a veces os ataba una cinta al brazo o en el pelo. El color blanco debía recordaros, después de cometer una falta, la inocencia y la pureza. Yo creía que, a vuestra edad, la virtud y la rectitud habrían llenado vuestros corazones lo suficiente para dispensaros de estos recordatorios. Pero estaba equivocado. Mañana, después de que os purifiquéis mediante el castigo, vuestra madre os atará una cinta blanca que llevaréis hasta que vuestro comportamiento nos permita volver a confiar en vosotros.”
  4. Recuérdese, por ejemplo, el inflexible y cruel pastor luterano de “Fanny y Alexander” (1982), una de las obras maestras del cineasta sueco Ingmar Bergman.

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