My Blueberry Nights: sobre corazones que cicatrizan y tartas de arándanos.

Hoy quería escribir sobre “My Blueberry Nights” (2007), primera película en inglés del genial cineasta Wong Kar-wai y protagonizada por la cantante Norah Jones (en su debut cinematográfico), Jude Law, Rachel Weisz, Natalie Portman y David Strathairn. Debido al enorme éxito de público y crítica de “In the Mood for Love” (2000), votada como la segunda mejor película del siglo XXI en la prestigiosa encuesta elaborada por la BBC en 2016, “My Blueberry Nights” defraudó bastante a los fans más incondicionales de Wong Kar-wai. No obstante, para los que no somos tan devotos del manierismo omnipresente en las obras maestras del director hongkonés (o carecemos de los conocimientos necesarios para valorarlo en su justa medida), “My Blueberry Nights” se presenta como una cinta bella y cálida, menos presuntuosa, donde el “fondo” prevalece sobre la “forma”, si bien la técnica es siempre exquisita.

La historia comienza en Nueva York, donde Elizabeth (Norah Jones) irrumpe un día en el establecimiento de Jeremy (Jude Law) para saber si su novio estuvo la noche pasada cenando allí. Jeremy, que recuerda mucho mejor lo que comen sus clientes que su apariencia, acaba diciéndole que sí, y que estuvo “bien acompañado”. Tras una llamada rápida y un par de gritos e insultos, Elizabeth (en adelante “Lizzie”) vuelve al bar para darle las llaves del
piso de su ya exnovio a Jeremy por si se pasa a recogerlas. Jeremy las mete en un jarrón, junto a muchas otras, dando pie a la primera metáfora de la película, puesto que cada llave trae consigo una historia. Cuando Lizzie le pregunta a Jeremy por qué las guarda, en vez de tirarlas si nadie viene a recogerlas en un tiempo razonable, este le contesta: “Si tiro esas llaves esas puertas quedarían cerradas para siempre. Y no debo ser yo quien decida eso” (descubriremos más tarde que uno de los manojos de llaves pertenece al propio Jeremy). Dado que Lizzie se encuentra con el corazón roto y con la necesidad de desahogarse, le pide algo de cena a Jeremy y, mientras entablan conversación y ella comienza a preguntarse por qué la han dejado, Jeremy le brinda una segunda lección, también a modo de metáfora: “Al final de cada noche la tarta de queso y el pastel de manzana siempre se acaban. La tarta de melocotón y la de mousse de chocolate están casi terminadas. Pero siempre queda una tarta de arándanos sin tocar. ¿Y qué hay de malo en la tarta de arándanos? No tiene nada de malo.
Solo que la gente elige otras cosas. No puedes culpar a la tarta de arándanos. Simplemente nadie la quiere.”

Durante unas cuantas noches, Lizzie vuelve al bar de Jeremy para emborracharse mientras engulle esa tarta de arándanos que nadie más quiere. Pero un día decide que es hora de pasar página y cambiar, y para ello se embarca en un viaje espiritual (“soul searching”) a través de Estados Unidos y la legendaria Ruta 66 (aunque en autobús, Wong Kar-wai también sabe reflejar la prosa de la vida). Lizzie vivirá en diversas ciudades, trabajando de camarera en dos turnos, uno de día y uno de noche, para sacar algo de provecho a su insomnio, no dar demasiadas vueltas a la cabeza y ahorrar para comprar un coche. En el camino, mientras mantiene una poco práctica relación epistolar con Jeremy (pero “algunas cosas quedan mejor en papel”, sostiene ella), la joven conoce una serie de interesantes personajes que la ayudarán, sin quererlo, en su viaje. El primero es Arnie (David Strathairn), un policía alcohólico que pasa las noches bebiendo en un bar de Tennessee donde trabaja Lizzie. Arnie vive anclado en el pasado, dado que no consigue olvidar a su exesposa, Sue Lynne (Rachel Weisz), de la
que sigue completamente enamorado, mientras ve cómo ella sale con otros hombres delante de sus narices. Cuando Lizzie le pregunta si alguna vez ha intentado curar su adicción, Arnie le confiesa que pertenece a un grupo de alcohólicos anónimos y que, en dicho programa, a los participantes se les entregan unas fichas para cada vez que se propongan dejar de beber; tras esto Arnie introduce su mano en el bolsillo y delante de Lizzie saca un buen puñado de
fichas, muestra de todos sus intentos fallidos. Ernie, con sus constantes fracasos y sin poder resolver sus problemas personales, será un referente para Lizzie, dado que ella solo quiere volver a Nueva York cuando sea una persona diferente a la que se fue de allí. Por su parte, Sue Lynne –la exesposa de Ernie- parece al principio la típica “femme fatale”, pero luego se desvelará que es una persona más compleja, que conoció a Arnie demasiado joven y que, a diferencia de este, ha conseguido dejar el alcohol, el que era probablemente el principal nexo con su exmarido. Será por tanto otra inspiración para Lizzie, pero por razones opuestas: ella sí que ha conseguido cambiar y desligarse de su pasado. Por último, Lizzie se va a trabajar a un casino en Las Vegas, donde conoce a Leslie (Natalie Portman), una notable jugadora de póker, amante del riesgo, despreocupada, pero que tiene su propio conflicto personal, esta vez no amoroso (“no he tenido mucha suerte con los novios; he tenido unos pocos, pero ninguno al que le pueda pedir algo alguna vez, ni siquiera dinero para apostar”) sino con su padre. Si bien Lizzie se imbuye de esa alma libre que es Leslie, es feliz al darse cuenta de que no ha aprendido una cosa de ella: nunca confiar en nadie (buena lección para el póker, mala para la vida).

En resumen, dado que se trata de Wong Kar-wai, cuyo cine aglutina tanto a grandes devotos como a acérrimos detractores, “My Blueberry Nights” no deja indiferente a nadie. Debido a mi gusto personal, que me lleva a considerar una película como una oportunidad para reflexionar sobre conceptos y disfrutar de historias, casi prefiero esta versión “descafeinada” de Wong Kar-wai, sin desdeñar las obras que le harán pasar a la historia del cine. No obstante, la cinta está repleta de recursos técnicos exquisitos, como observar la realidad a través de un cristal (por ejemplo, ver el interior de un bar desde la calle y viceversa), un gran trabajo de fotografía que destaca por una explosión de colores nítidos y brillantes (sobre todo en los interiores, gracias en parte a las luces de neón) o efectos de cámara lenta o “ralentí”. Todo esto, junto a una música que combina elementos de jazz, blues y soul, sumergen al espectador en una atmósfera soñolienta y melancólica. Y, como plus para cursis como yo, un bello final que muestra dos corazones que han cicatrizado.

Tráiler (doblado al castellano)

Tráiler (v.o. inglés)

Disponible en Filmin y Amazon Prime Video

P.D. Para el que se quede con ganas de más tras ver la película, aquí dejo un vínculo a algunas de sus mejores frases.

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