La fuente de las mujeres: una fábula sobre el empoderamiento de las mujeres en el mundo árabe.
Hoy quería escribir sobre “La fuente de las mujeres” (“La source des femmes”, 2011), película dirigida por el director francés de origen rumano Radu Mihăileanu (conocido por “El concierto”, 2009) y protagonizada por Leïla Bekhti, Saleh Bakri, Baya Bouzar, Hiam Abbass y Hafsia Herzi, entre otros. La película, inspirada en un suceso real acontecido en una aldea de Turquía en 2009 y en Lisístrata, la famosa comedia del dramaturgo griego Aristófanes, se presenta como una fábula sobre los (escasos) derechos de las mujeres en el mundo árabe y la lucha de estas por cambiar su situación. El director quiso dejar bien la claro la condición de fábula universal de la película, por lo que esta comienza con un breve y poético texto: “¿Cuento o historia verdadera? Cuento, claro. ¿Qué es verdadero en esta tierra? No estamos en la corte de un sultán sino en una pequeña aldea en el Magreb o en la Península Arábiga. O dondequiera que mane una fuente y se seque el amor”. Creo que esta aclaración es importante porque algunos detractores (quizás buenos críticos de cine, pero analfabetos en Filosofía del Derecho y Derecho Internacional) alegaron que “la película quería promocionar la visión occidental sobre la modernización”. Me temo que estos detractores, probablemente imbuidos del pernicioso “relativismo cultural”, no hayan aceptado aún el artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos1 : una mujer nunca debe ser tratada como la propiedad de su marido o su padre, ni en España ni en Yemen.
La historia, ubicada en una aldea imaginaria de algún país árabe, es la siguiente. La tradición exige que las mujeres vayan a buscar agua, bajo un sol ardiente, a la fuente que nace en lo alto de una montaña, pues se trata de un pueblo paupérrimo que carece de electricidad en las calles y de agua corriente en las casas. Para ello tienen que andar sobre un verdadero camino de cabras como si fueran mulas de carga, lo que les has provocado numerosos abortos debido a las frecuentes caídas. Tras uno de esos accidentes, Leila (Leïla Bekhti), una joven casada con Sami (Saleh Bakri), el maestro del pueblo, propone a las demás mujeres una huelga de sexo: no mantendrán relaciones sexuales hasta que los hombres consigan que el gobierno construya un acueducto para que el agua llegue directamente a la aldea (los hombres ya hicieron esa petición hace dos años, pero el gobierno hizo oídos sordos). Al principio, Leila no consigue convencer a la mayoría de las mujeres, que argumentan que para ella es fácil, “porque su marido la quiere.” Y es que Sami decidió casarse con Leila –una “forastera”, en palabras de su suegra, Fátima (Hiam Abbass)- por amor, contraviniendo las órdenes de su madre, que había ya concertado su matrimonio con una chica de buena familia y por tanto con una buena dote. Pero entra en escena Biyouna, una mujer ya mayor que cuenta que, con 14 años, debido a un matrimonio arreglado con un hombre viudo mucho mayor que ella, tuvo que hacerse cargo de los dos hijos de su marido, de ocho y diez años. Biyouna explica que con 14 años dejó de ser feliz, al tener de pronto que criar dos niños de casi su misma edad y satisfacer los deseos sexuales de un hombre al que no conoció hasta la noche de bodas, y que solo volvió a ser feliz el día que pudo pisotear su tumba. Gracias a esta intervención, las
mujeres de la aldea secundan la huelga al darse cuenta de la tremenda injusticia que padecen. Es verdad que la tradición exigía que las mujeres fueran las porteadoras del agua y las encargadas de todas las tareas domésticas, pero los hombres tenían también dos obligaciones bien claras: luchar en la guerra y trabajar en el campo. Sin embargo, tras quince años de sequía y en un período de paz prolongado, los hombres de la aldea, casi todos en paro y teniendo como única fuente de ingresos los turistas que vienen a ver las danzas tradicionales de las mujeres, pasan la mayor parte del día bebiendo té, fumando y jugando a las cartas.
Pero la reacción de los hombres no se hace esperar, viéndose privados del derecho a su entretenimiento favorito, aunque no es la misma en todos ellos. Los más “ortodoxos” no dudan en las palizas o las violaciones (aunque es necesario destacar que la violación conyugal no es práctica común solo en el mundo árabe; por ejemplo, en la India el gobierno se negó a prohibirla o castigarla, alegando que eso posibilitaría el chantaje de la esposa al marido). A este respecto, es impactante la confesión de un bondadoso joven de la aldea, que pide perdón al resto de varones porque es incapaz de pegar a su mujer. Incluso los hay que se plantean repudiar a sus mujeres, práctica legal en diversos países musulmanes que se rigen por la Sharía, la ley islámica. Otros, en cambio, pasan las noches en vela fumando con sus camaradas en la plaza de la aldea, en una escena especialmente cómica. En todo caso, esta particular batalla de los sexos, en la que las mujeres hacen uso de una de sus pocas armas en una comunidad ferozmente machista, dará problemas hasta para el educado Sami. Aunque apoya a su mujer Leila en su lucha, ve comprometido su trabajo de maestro, porque los padres de los alumnos lo consideran una “mala influencia” (él esgrime que solo busca que los chicos aprendan a pensar por sí mismos, pero para cualquier régimen autoritario no hay nada más peligroso que eso). E incluso él, que enseñó a su mujer a leer y escribir y que pide al imán local que convenza a los padres para que las niñas vayan a la escuela, mostrará sus propias contradicciones internas en un giro de guion que no puedo desvelar.
Se trata por tanto de una película feminista sin tapujos, que narra la historia de una lucha contra la injusticia con claridad pero con delicadeza, manteniendo en todo momento el equilibrio entre un relato duro y un enfoque tierno y sensible, con momentos para el humor y el sarcasmo (brillantes los bailes de las mujeres ante los turistas, que astutamente cambian las letras de sus canciones para canalizar así también sus reivindicaciones y ridiculizar a los zánganos de sus maridos en público). Y todo ello apoyado en interpretaciones notables (a destacar la de Leïla Bekhti, en su papel de mujer tenaz, y la de Biyouna, dando vida a una mujer mayor que ya no le tiene miedo a nada ni a nadie) y un gran trabajo de fotografía que explota el color ocre de las casas de barro y de las tierras áridas en las que se ubica la aldea. Es verdad que el enfoque es ciertamente maniqueo, pero no olvidemos que se trata de una fábula. También habrá quienes la califiquen de cine social fácil, “buenrollista”, pero aquí cito a Carlos Boyero, que con gran ironía defendió la película con la siguiente frase: “El director además comete el imperdonable pecado de optar por un desenlace razonablemente feliz”. También a mi juicio el cine de denuncia social no tiene por qué estar reñido con la dulzura y la belleza. Y, de hecho, muchas veces el mensaje cala más hondo en el espectador de esta manera.
Tráiler (doblada al castellano)
Disponible en Amazon Prime Video
- “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición…” ↩
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