The fault in our stars: como afrontar la muerte cuando apenas se ha vivido
En la entrada de esta semana queríamos comentar “The fault in our stars” (2014), película basada en la novela homónima de John Green y protagonizada por Shailene Woodley y Ansel Elgort (más conocidos, por desgracia, por sus papeles en la trilogía de ficción “Divergente”). La película trata sobre la historia de amor de dos adolescentes, Hazel (Shailene Woodley) y Augustus, “Gus” para los amigos (Ansel Elgort), ambos pacientes de cáncer. Esta película me impactó hace años por su enfoque realista, sin tapujos, sobre algo tan doloroso e injusto como son las enfermedades terminales en niños y adolescentes. De hecho, el título, que se inspira en una frase de la obra “Julio César” de Shakespeare, viene a decir que los protagonistas no son, por supuesto, culpables de su enfermedad, sino que lo son “sus estrellas”, es decir, su mala suerte, el siempre caprichoso y a veces cruel azar. Y pocas cosas imagino que pueden ser más dolorosas, para un adolescente y su familia, que crecer y empezar a conocer la vida sabiendo a ciencia cierta lo corta que va a ser esta.
La trama es bien sencilla. Hazel es una adolescente que sufre de cáncer de tiroides en etapa terminal y que ha hecho metástasis en sus pulmones, lo que la obliga a llevar siempre consigo una bombona de oxígeno a modo de carrito. Lee y relee de forma obsesiva una novela llamada “Un Dolor Imperial”, que trata de una niña enferma de cáncer con la que se identifica, y cuyo misterioso autor, protagonizado por Willem Dafoe, se retiró a Ámsterdam después de la publicación del libro y no ha vuelto a escribir nada desde entonces. Para ella esa novela, que termina de forma abrupta y deja muchos cabos sueltos de la historia, es su único asidero, una especie de libro de autoayuda. Todo el resto de su vida, que básicamente consiste en frecuentes visitas al hospital, tratamientos experimentales y la ingesta de diversos antidepresivos, lo hace por sus padres porque, según ella, “sólo hay algo más duro en la vida que ser una adolescente con cáncer, ser sus padres”.
En ese esfuerzo por complacer a sus padres, un día decide, resignada y sin ninguna expectativa, asistir a un grupo de apoyo semanal para pacientes con cáncer. Pero allí conoce a Gus, un encantador adolescente, guapo y siempre con una gran sonrisa en la cara, que perdió una pierna por un cáncer de hueso pero que desde entonces no ha tenido ninguna recidiva. Se trata de un chico peculiar, atrevido, guasón y que tiene una graciosa y extravagante manía: siempre lleva un cigarrillo, sin encender, en la boca. Cuando Hazel, perpleja e indignada, le pregunta por qué quiere meter más cáncer en su cuerpo, se lo explica de la siguiente manera: “es como tener un arma apuntándote en la nuca pero, como nunca lo enciendo, no le doy el poder con el que hacerme daño, el poder es mío”. Si bien la química surge desde el primer momento, y Gus nunca disimula su fuerte atracción por Hazel, ella intenta frenarlo diciéndole, con franqueza, que es una “granada” que en algún momento explotará cuando su enfermedad, incurable, se agrave: no quiere hacer daño a más gente, sabiendo que su futuro está escrito y es cuestión de tiempo. No obstante, Gus es un chico tenaz y, francamente, adorable, y además no dejan de ser dos adolescentes sujetos al correspondiente baile hormonal, por mucha quimioterapia que haya de por medio. Esto, junto a la necesidad de que la película no termine a la media hora, hace que Hazel acabe bajando la guardia.
Hasta aquí puedo contar, más allá de avisar al futuro espectador que tenga un buen paquete de kleenex a su alcance. Se trata de una película honesta, que no retrata a sus personajes como héroes que llegan a conocer el amor o hacer algo con sus vidas a pesar de todas las adversidades: son chicos jóvenes que, como la mayoría de nosotros, tienen miedo a morir y saben lo injusto que ha sido el azar con ellos. La película retrata el cáncer como lo que es: el deterioro paulatino del cuerpo y el alma, hasta perder la dignidad, es un hecho cruel y mezquino que parece diseñado por el peor de los psicópatas. A este respecto, es muy interesante cómo Hazel critica el mito del “último buen día”, una especie de meseta donde el cuerpo da un respiro y la mente se aclara hasta que vuelve la curva ascendente de dolor y sufrimiento: en el momento, el enfermo solo sabe que ha tenido un día medianamente bueno, cruzando los dedos para que el siguiente también lo sea. No obstante, la película nos deja un bello mensaje: a pesar de “sus malas estrellas”, los protagonistas vivirán y amarán todo cuanto se pueda, aun a sabiendas del inevitable destino que les aguarda.
Tráiler (subtítulos en castellano)
Disponible en España: Amazon Prime Video
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