Serendipity: en Hollywood ya casi solo hacen películas románticas…pero qué bien las hacen.

Ayer, deseando recuperar los años perdidos que desperdicié en un vano intento de ser un pseudo intelectual, decidí ver la película “Serendipity” (2001), que en su momento desdeñé por cursi y comercial. Para quienes no lo sepan, “serendipity”, mi palabra preferida en inglés, es un gran descubrimiento inesperado debido a la suerte o la fortuna, que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. El caso paradigmático es el descubrimiento de la penicilina, el primer antibiótico de la historia que ha salvado millones de vidas, por Alexander Fleming en 1928. Básicamente, Fleming se encontraba estudiando un cultivo bacterias de estafilococo, pero tuvo que ausentarse de Londres por un mes. Al regresar a sus experimentos, se encontró con que su cultivo se había estropeado porque las muestras se habían contaminado con una especie de moho que había entrado con el viento. Pero, en vez de tirar su experimento arruinado a la basura, observó que no solo el moho había contaminado todo el cultivo sino que, alrededor de este, había un claro, una zona limpia en la que el moho había matado las bacterias: era la penicilina.

El caso es que algún astuto guionista de Hollywood pensó que este término venía como anillo al dedo para una “cursilada” de las que ahora me encantan. No es casualidad que en Hollywood, desde hace décadas, hagan básicamente tres tipos de películas: películas románticas (en las que siempre han sido maestros), precuelas y secuelas de grandes éxitos de taquilla como “El planeta de los simios” (1968) o “Transformers” (2007), y remakes o reboots de fenomenales películas como la sueca “Déjame entrar” (2008) o “Rebeca” (1940) de Hitchcock, que palidecen ante el original. Se trata de un perfecto análisis coste-beneficio. Las películas suponen grandes inversiones y es mejor producir aquellas que garantizan retornos seguros: todo niño obligará a su padre a que le lleve a ver la enésima versión de “Parque Jurásico” (1993). Por ello, casi sin excepción, los grandes actores americanos se han mudado a un género antes menor, el de las series, que permite mucha mayor creatividad y riesgo dada su flexibilidad en cuanto a presupuesto: si la primera temporada no es un éxito, cancelas la serie y santas pascuas.

Tras esta larga introducción, vamos a la película. La cinta está protagonizada por el polifacético John Cusack y la hermosa Kate Beckinsale que, además de dicho atributo, tiene un perfecto acento británico de clase acomodada y fue capaz de estudiar literatura francesa y rusa en Oxford. La trama es sencilla. Dos desconocidos se encuentran por casualidad en una frenética búsqueda de regalos de última hora para Navidad en unos grandes almacenes de Nueva York: quieren el mismo par de calcetines, pero solo queda uno. Tras un educado “quédatelos tú, por favor, insisto, no, cómpralos tú, etc.”, deciden ir a tomar un café, se echan unas risas, luego van a patinar por el hielo… y claro, surge la química, en forma de “serendipity”, pues ambos tienen pareja. No obstante, el chico le pide el teléfono a ella, pero la chica es muyyyy buena chica y solo le dice su nombre de pila, dado que tiene novio. Sin embargo, como buena psicóloga, está un poco loca y decide dejar el resto en manos del destino. Para ello, hace dos cosas. Primero, escribe su nombre, apellido y número de teléfono en una copia de “El amor en tiempos del cólera” (vaya elección, ¡como para no enamorarse de ella!) y le dice al chico que al día siguiente venderá el ejemplar en alguna librería de segunda mano de Nueva York, pero no le dirá cuál, antes de volver a Londres. Si tan interesado está, “solo” tiene cientos de librerías y ejemplares donde buscar. Segundo, le hace al chico escribir su nombre y apellido en un billete de cinco dólares y, sin verlos, lo usa para comprar chicles en un quiosco. La idea: si de verdad están hechos el uno para el otro y son “almas gemelas”, el destino les volverá a unir a través de alguna de estas dos “pistas” o “señales”. Tras esto y alguna otra locura, se pierden en el caos de Nueva York y no vuelven a verse.

Pero pasan los años, y el destino les da la espalda (o eso parece). El problema es que ninguno de los dos consigue olvidarse de esas pocas horas mágicas que compartieron, y ambos tienen que tomar decisiones cruciales sobre sus respectivas vidas sentimentales en cosa de días. Entonces, cada uno por su cuenta, deciden dejar de confiar en el destino y buscarse mutuamente, cosa especialmente complicada porque la historia está ambientada a principios de los 90, por lo que no hay Internet, y además les separa un océano de por medio. Aquí me paro para evitar “spoilers”.

Sobre mi evaluación de la película, vilipendiada por todos los críticos (=directores fracasados o sin talento). ¿Es cursi? Muchísimo, aunque con buenos toques de comedia de vez en cuando. ¿Es comercial? Sí, pero también lo era Hitchcock. ¿Existen las almas gemelas? Como buen cursi, quiero creer que sí. ¿Es realista? Ni de broma, pero uno de los propósitos del cine es justamente evadirse de la realidad, como plasmó un tal Woody Allen en “La rosa púrpura de El Cairo” (1985): ya tenemos el resto del tiempo para preocuparnos por la factura de la electricidad o lidiar con los marrones de nuestro jefe.

Y un último punto a su favor: la cita del filósofo griego Epicteto, que yo personalmente desconocía: “If you want to improve, be content to be thought foolish and stupid.” Solo esto hace que valga la pena ver la película, de escasos 90 minutos, a diferencia de las dos horas y media de “Transformers” y similares franquicias…

Tráiler (subtítulos en castellano)

Disponible en Netflix.

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